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15 junio, 2011

Los peligros de la sobreprotección a nuestros hijos

Como padres, obviamente nos preocupamos por que nuestros pequeños no tengan muchas complicaciones a lo largo de su vida, pero debemos prestar especial atención a los problemas de la sobreprotección en nuestros hijos, ya que ésta interfiere de una forma muy importante en el desarrollo infantil.

Pongámonos en situación: nuestro hijo o hija está jugando tranquilamente en el parque con su juguete favorito. Está inmersa en su fantasia cuando, de pronto, un niño que también estaba jugando por ahí se acerca a ella y sin decirle nada le quita el juguete, además de empujarle y haciéndole llorar. Nosotros hemos presenciado este acto de “vandalismo” infantil, e indignados nos levantamos en dirección al niño, le quitamos el juguete y se lo devolvemos a nuestro pequeño.

Conclusión: hemos resuelto satisfactoriamente el problema, pero ¿qué ocurre con nuestro hijo o hija? Simplemente se ha limitado a observar, y cuando vuelva a ocurrir una situación similar en la que no estemos presentes, muy problablemente no sabrá cómo resolver el conflicto.

Es verdad que los niños nacen muy indefensos y necesitan del amor de sus padres para desarrollarse como persona, pero crecer implica la consecución de diversos logros acordes a la edad, tales como conquistar su autonomía, desarrollar estrategias para resolver conflictos y dificultades, tolerar la frustración o tomar decisiones y aceptar sus consecuencias.

Aunque estas cuestiones parecen una obviedad, en ocasiones nos encontramos con niños de cinco y seis años que siguen tomando biberón o que sus madres les visten todas las mañanas para ir al cole. No hay que olvidar que se trata de niños de cinco años, no bebés de cinco años.

Algunas justificaciones que se dan cuando se pregunta por esa forma de actuar tan sobreprotectora son, entre otras muchas, que se hace por comodidad o que no se tiene tiempo. Pueden existir cientos de razones, pero la verdad es que a nuestro hijo o hija no le estamos haciendo ningún gran favor cuando actuamos de esta forma.

La protección en exceso hace que los niños se vuelvan extremadamente dependientes del adulto, poco seguros en sus actos, con dificultades para enfrentarse a situaciones complejas. A esto hay que sumarle que, de repente en la adolescencia se le exige que madure como por arte de magia, que se responsabilice de sus tareas, además de informale de sus derechos y obligaciones.

No podemos pretender que todo lo que no ha aprendido en sus primeros años de vida, lo aprenda ahora de repente; es un aprendizaje que se da desde el nacimiento y, aunque nuestros hijos no vienen con un manual de instrucciones bajo el brazo, la forma que tenemos los padres de ayudarles a superar los problemas es dejándoles que se enfrente a ellos desde pequeños.

Debemos hacerle sentir que creemos en él, que él puede hacer cosas cada vez más difíciles sin nuestra ayuda (subir a un tobogán más alto, comer el solo aunque se manche…). Y si se equivoca, ya sabeis lo que dicen: “se aprende más de las derrotas que de las victorias”. Hay que ayudar al niño a que asuma que no todo es cuándo y cómo él quiere.

La forma de ayudar a nuestro niño a desarrollarse es transmitirle cariño, confianza en sus posibilidades y comprensión ante las dificultades, así como plantear unos límites claros y lógicos. Le acompañaremos en su búsqueda de estrategias que le ayuden a solucionar las dificultades que pueda encontrarse. Así, de este modo, no le resolveremos ni le chivaremos la solución a los problemas; en su lugar, le preguntaremos qué es lo que puede hacer.

Por último, es importante saber que querer mucho a un hijo no implica evitarle todos los sufrimientos. Los excesos nunca han sido buenos. Por ello, hay que tener cuidado de no caer en la sobreprotección o en la sobreexigencia, ya que en ambos extremos nos encontramos siempre más consecuencias negativas que positivas.