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29 enero, 2009

¿Qué aprendemos de nuestros hijos?

Criar a un hijo es una aventura llena de emociones y alegrías. Consiguen que seamos un poco más niños y nos demuestran cada día que el mundo no es tan cuadriculado como creíamos. La llegada de un hijo pone nuestra vida patas arriba: redirigimos el centro de nuestra existencia hacia otra persona, sustituimos hábitos, condicionamos nuestros horarios a los suyos y luchamos por compatibilizar la vida profesional con una vida personal con más responsabilidades (y satisfacciones).

Sin apenas darnos cuenta, esas personitas nos convierten en seres diferentes y, en muchos aspectos, mejores. Los que más aprendemos: los padres Cuidamos a nuestros hijos desde que nacen, les estimulamos para que aprendan a caminar y a hablar, les enseñamos a comer, a ir al baño solitos, a vestirse y les inculcamos nuestras pautas de comportamiento social.

Lo más asombroso de todo este proceso es que somos nosotros quienes más aprendemos por el camino. Mientras intentamos dotarles de las herramientas imprescindibles para que sean personas plenas y felices, tenemos que poner en práctica nuevas tareas:

* Preparar biberones.
* Cambiar pañales.
* Robar horas al sueño para atenderle.
* Buscar nuevas maneras de estar y disfrutar.

Gracias a ellos, somos capaces de recordar el calendario de vacunas infantiles, conocemos por su nombre a todos los teleñecos y nos rendimos ante el batallón de peluches y juguetes que invaden nuestro espacio. Cambiamos las prioridades Desde que llegan a nuestras vidas, ellos marcan la pauta del día.

El horario de los padres, incluido el trabajo, se rige por los horarios de los niños, empezando por las horas de sueño cuando son muy pequeños. Descubriremos que algunas cosas a las que no dábamos importancia, se vuelven fundamentales. Encontramos otras formas de divertirnos Ahora hay que incluirles en los planes, y eso hace que abramos nuestro abanico de actividades y exploremos otras formas de ocio: salir al campo los fines de semana, montar en bici con ellos o ir a ver películas de dibujos son algunos nuevos planes a los que los papás nos acostumbramos rápidamente.

Cambiamos el paraje desierto por el hotel a pie de playa, las cenas en un restaurante exótico por las reuniones caseras con otros amigos con hijos. Y actividades como salir a cenar, tener tiempo para leer el periódico, dormir la siesta o escaparnos a ver una película “de mayores”, se aprecian mucho más en las contadas ocasiones en que se pueden disfrutar.

Nos hacemos más sociables Los niños tienen que relacionarse con otros niños; de pronto, los papás tendemos a hacer planes comunes con otros padres con hijos de la misma edad. Esto supone un gran esfuerzo de sociabilidad, ya que hay que expandir el círculo de amistades a personas cuyo vínculo en común con nosotros son, básicamente, los hijos.

Aprendemos a organizarnos

Los niños nos enseñan a ser más prácticos, a aprovechar todos y cada uno de los minutos del día y a ser más flexible si las cosas no salen como habíamos previsto. Descubrimos nuevas formas de poner límites De pronto, tenemos que ponernos en situaciones que siempre hemos tenido por poco simpáticas:

* Dar órdenes.
* Dictar la ley.
* Poner límites.

Estos desafíos se suceden a lo largo del día y nos evocan sin querer a nuestros propios padres: “Lávate los dientes”, “recoge los juguetes”, “no tires de las orejas al perro”, “es hora de dormir”... Tarde o temprano, todos los padres descubren que, para imponer las necesarias normas de convivencia y comportamiento en casa, es mejor ser más sutil. Y esta nueva actitud es aplicable a la hora de ir a trabajar, de hacer la compra, o en cualquier otro ámbito de la vida.

Revisamos nuestro vocabulario Cuando aprendemos un idioma nuevo, oír hablar a los niños es un excelente aprendizaje, porque su vocabulario es muy básico y repiten las nuevas palabras que aprenden. Al estimular a nuestro hijo cuando aprende a hablar, también nos vemos obligados a seleccionar las palabras más correctas para enseñárselas, y a replantearnos cómo utilizamos el lenguaje.

¿De verdad tengo hambre o es apetito? ¿No sería mejor que dijese que estoy alterado, en lugar de rallado? Las pequeñas cosas nos importan y nos entusiasman Están tan llenos de vida y energía que su actitud es contagiosa. Todo les entusiasma y les hace ilusión.

Estimular su curiosidad nos hace toparnos con el mundo que nos rodea y prestar atención a detalles que antes pasábamos por alto. Nos dan una nueva percepción del mundo Los niños nos muestran que hay un mundo mejor que el nuestro: el suyo, más ingenuo y más sano. Con ellos aprendemos que el mundo no es tan lógico como nos lo representamos, que no somos tan consecuentes con nuestras ideas como creíamos, y que la vida está llena de incoherencias y no importa.

Ganamos paciencia

Los peques nos enseñan el significado de la paciencia y la tolerancia. Con ellos se aprende a valorar cada momento, a tomarse la vida con más calma. Los niños necesitan su tiempo para cada cosa y su ritmo desacelera el nuestro. Nos reímos de otras cosas Los niños despiertan nuestro sentido del humor. Un gesto, una frase, oírles jugar o ver cómo nos imitan, nos hace reír con un humor más ingenuo.

Nos enseñan a agudizar la imaginación para inventarnos cuentos o juegos y ser partícipes con ellos. Nos vemos a nosotros mismos con otro prisma Para un niño, su padre es la persona más fascinante del universo. De repente, encontramos en casa a la presidenta de nuestro club de fans y al primer secretario, a las únicas personas que se levantan dando gritos del sofá cuando entramos por la puerta, a los únicos a los que les podemos contar la misma historia mil veces, y mil veces les hará gracia.