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23 abril, 2013

Yo más, yo antes, yo mejor: la competición entre hermanos

Cuando un nuevo hermanito llega al hogar, las reacciones de los que ahora pasan a ser “los mayores” pueden ser muy diferentes. Pero lo que no suele fallar es que entre los hermanos se establezca, cuando crecen, una relación de competición.

La rivalidad entre hermanos puede ser de índole muy diversa, relacionada con los celos y propiciada por la sensación de que tienen que luchar por el amor o la atención de mamá y papá. Por ello es importante hacerles ver, desde nuestra posición, que les queremos igual, y que les escuchamos igual.

Que no importan quién se acaba antes la comida, quién llega antes a la puerta o al sofá, quién toca el timbre, quién responde antes, quién ha hecho el mejor dibujo o es más hábil peinándose… La verdad es que esa competición puede llegar a niveles insospechados en las mentes de los adultos. Y por los asuntos más nimios (nimios para nosotros, claro).

No sé si este afán de competición está propiciado por las relaciones que los niños establecen en el colegio, pero es algo que en casa hemos notado intensamente desde que mi hija pequeña ha empezado a ir al cole.

Esa competición no impide que después los niños se adoren y pasen muy buenos ratos jugando juntos y compartiendo, pero si así no fuera, hay que intentar remediarlo.

Porque los lazos familiares son muy fuertes y no pueden degradar se debido a una mala relación que se perpetúa. Aunque ese es un tema que, si sucediera, ya será más adelante… De momento, nos tenemos que preocupar lo justo por este tema. Pero siendo conscientes que las bases de una buena relación se cimentan en la infancia, y de que tener hermanos es positivo para los niños.

Los niños pequeños se quieren, y a pesar de que una de las maneras de relacionarse es la competición, se trata de una actitud que a menudo también tienen con otros niños. Claro que, conviviendo el roce se acentúa.

Cómo actuar ante la competición entre hermanos

Como padres, lo que podemos hacer ya lo hemos adelantado: demostrarles que para nosotros no son mejores o peores entre ellos, y que la competición no tiene sentido. Que el juego deja de ser divertido si se compite enfrentándose, molestándose, peleando. Podemos permanecer neutrales frente a la rivalidad y enseñarles a los niños a dialogar y negociar para resolver el conflicto y mantener la armonía familiar.

En los juegos y deportes con ellos, huiremos de ese afán de competición, hay que estimulares para que se diviertan y participen activamente de la actividad, intentando mejorar por ellos mismos, sin compararlos, respetando a los otros niños y alegrándose por sus triunfos.

Hemos de procurar mitigar los celos entre hermanos escuchándoles, poniendo nombre a lo que les sucede, felicitándoles cuando no los demuestren, procurando que tengan espacios (juguetes, libros, ropa…) propios y que los compartan cuando quieran, planteándoles metas diferentes, reconocer sus particularidades, dedicarles tiempo…

Si la rivalidad acaba en pelea, tendremos que intervenir sin castigar, calmando los ánimos y hablando con ellos a solas y en común, dándoles las herramientas necesarias para que al final sean ellos los que reconozcan que se han equivocado y se pidan perdón.

El humor puede ser un aliado en ocasiones para situaciones que a nuestros ojos resultan absurdas, pero corremos el peligro de que crean que nos reímos de ellos y se enfaden más. Entonces, sería mejor opción quitar importancia a la competición que se está llevando a cabo, sin dejar de escucharles y explicándoles nuestro parecer.

Puede que el “Yo más, yo antes, yo mejor” nos suene durante una buena temporada. Pero, ¿es lo que queremos para su vida adulta, cuando se relacionen con el resto de la sociedad? Que los niños confíen en sí mismos y aprendan a conocerse, con sus virtudes y limitaciones, sin establecer comparaciones, aumenta su autoestima.

Pero somos nosotros los que hemos de empezar por confiar en ellos, conociéndolos con sus virtudes y limitaciones, sin comparar entre hermanos, por muy difícil que pueda parecer. Dedicándoles el tiempo suficiente, juntos y también por separado, que sienta que estamos ahí siempre y del mismo modo sean uno, dos, tres o los hermanitos que sean.