Será por nuestro sentido de la responsabilidad, o será porque queremos convertirnos en esa 'súper mujer' que tanto ha calado en nuestros ideales. Lo cierto es que el sentimiento de culpa merodea casi a diario por las mentes de las mamás.
Es normal tener dudas
¿Debería ser más autoritaria? ¿Pasa mi niño muchas horas en la guardería? Aunque se acepta que las dudas son absolutamente normales y saludables, si la madre no controla esta sensación tendrá que enfrentarse a varios riesgos. Las consecuencias más inmediatas de que una madre se sienta culpable son:
* Malestar psicológico y una imagen muy mala de sí misma.
* Un cambio de actitud hacia los hijos nada conveniente.
Y es que, por ese sentimiento de culpa, llegamos a hacer cosas que van en contra de nuestros criterios educativos. Pero el desarrollo emocional de los niños dependerá de cómo se enfrentan sus padres a ciertos problemas.
Situaciones en las que las madres se sienten culpables
1. No estimulo a mi hijo lo suficiente
Nadie duda de que los ejercicios que proponen los especialistas para estimular al bebé son altamente beneficiosos. Muchos recomiendan dedicar un tiempo diario a esta labor (desde mostrar cartulinas de colores a experimentar con texturas diferentes) pero es la obligación impuesta lo que puede falsear el objetivo de estos juegos. Se trata de disfrutar con el bebé, de enseñarle el mundo poco a poco, no de tener una tabla de ejercicios abdominales como en el gimnasio.
2. No superviso todo los que ve y escucha
Aunque al principio sea relativamente sencillo poder decidir qué ve, qué lee o qué escucha nuestro hijo, con el tiempo y su natural apertura al mundo, esto ya no es tan factible.
¿La solución? Los niños forman sus opiniones sobre lo que ven o escuchan a través de sus guías. Es decir, de sus padres. Si presencian una pelea en la calle o en un informativo de televisión, los padres pueden y deben ayudar a su hijo a formarse una idea clara de la repulsión y la condena que merece para nosotros la violencia.
No podemos evitar que vean cosas que no están bien, pero sí podemos hacerles pensar correctamente sobre ellas. No solo escuchan a sus padres cuando se les habla directamente, también reciben mucha información de lo que les oyen decir entre ellos, a los amigos... Los hijos son pequeños espejos de sus padres, les imitan y reproducen los esquemas que ven.
3. Mi economía no me permite llevarle a un colegio bilingüe
La introducción de un segundo idioma mediante juegos y canciones a una edad temprana es algo muy importante. No solo preparamos su oído, sino que aprovechamos un momento de gran capacidad de aprendizaje del ser humano. Ahora bien, conviene distinguir entre familias en las que uno de los progenitores es de habla extranjera y las que no.
¿Por qué? Pues porque en el primer caso los niños están acostumbrados desde su nacimiento a escuchar –si se hace así en la casa, lógicamente– un segundo idioma de forma natural. Sin embargo, si en una etapa inicial del niño, antes de los cuatro años, este solo escucha inglés en el colegio, y el resto de su vida es en castellano, esta será la lengua con la que se identifique y en la que más avance con naturalidad.
Aprender un idioma es mucho más que saber palabras, es una forma de describir y de situarse en el mundo. Los niños muy pequeños tendrán la base en su lengua materna y, después, podrán aprender otros vehículos de expresión. Ir a un colegio bilingüe está muy bien, pero tendremos otras oportunidades más adelante de ayudar a nuestro hijo en el aprendizaje de otro idioma.
4. No se me ocurren juegos para hacer con mis hijos
El contacto físico, las caricias, las cosquillas suaves... no solo son un buen remedio a la falta de nuevos juegos, sino que deben ser nuestro primer juego con los hijos. El afecto que perciben del contacto es una «vitamina» que les ayudará toda la vida. No necesitan entretenimientos sofisticados. ¿Estás
con ellos un buen rato? ¿Estás dispuesta a tumbarte en la alfombra y rodar por el suelo? Pues eso solo ya es buenísimo.
5. Mi hijo es pequeño y creo que es pronto para que haga una actividad extraescolar
A veces la sociedad actual nos hace tener prisa por todo y considerar la precocidad como un valor absoluto. Muchas veces se nos olvida que hacer algo antes no significa hacerlo mejor y ni siquiera tiene un valor en sí mismo.
Esta idea de la precocidad puede llevar a algunos padres a fomentar que el niño, por ejemplo, comience a andar lo antes posible, sin respetar los tiempos de maduración que necesita y con los consiguientes problemas que esto puede traer.
La madre conoce a su hijo perfectamente y, por lo tanto, la edad adecuada y la actividad extraescolar que mayor satisfacción le reportará a tu hijo.
02 octubre, 2009
¿Por qué las madres nos sentimos culpables?
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Familia